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Foto del escritorValerie Rosa Rivera

Le Dame de San Juan



Noviembre 2021- Enero 2022.


Una vez andaba por las calles del Viejo San Juan luego de salir de la universidad. Caminaba a solas mientras me perdía entre el laberinto de historia y arquitectura. En mi viaje astral, escucho una voz desde lejos llamándome:

- Bonjour mon amour! Pouvez-vous m’aider s’il vous plaît!


Fui a buscar de donde se dirigía la voz, pude reconocer que me

estaban hablando francés, pero no sabía qué rayetes me estaban queriendo decir.

- Madame! Madame! Pouvez-vous m’aider s’il vous plaît!- Insiste nuevamente.


Con mi peor pronunciación logré decir lo único coherente que sé de francés aparte de croissant.


- Je… J’no parlo français! ¡Español o inglés! If- If I can help you with anything…- Dije arrastrando lo bilingüe que me salió.


- J’ne parlo pas français. – Me corrige. - ¡Ay mi amor, tranquila! ¡Que yo más boricua no puedo ser! - Su cambio lingüístico me tomó por sorpresa, pero sentí un alivio al saber que no tenía que seguir arrastrando el francés. - Así es más fácil agarrar la atención de la gente ¡O te ayudan o te dejan como loca! -


Su risa fue seguida de la mía algo incómoda y confundida de lo que ocurría.


Tomé un segundo para ubicarme. No sabía exactamente donde me encontraba, pero sabía que estaba cerca del Morro. Nos encontrábamos frente a uno de los edificios residenciales. Uno de esos apartamentos famosos por ser coloridos y tener balcones decorados de verdor y flores. La señora que me hablaba estaba frente de las escaleras de la entrada. Ella tenía alrededor de cincuenta años a pesar de que parecía de menos, era elegante, esbelta, con una piel muy bien cuidada, parecía como si hubiera salido de una película parisina de los ‘50.


- ¡Definitivamente no te dejaré como loca! - Dije simpáticamente. - ¿Cómo te ayudo?

- ¡Que Linda, Llegaste como un ángel caído del cielo! Me llegaron estas cajas de las cosas de… mi esposo- Soltó un suspiro mientras alzaba sus cejas y se agachaba para agarrar uno de los extremos de la caja que estaba en el tope de la torre que formaron con tres cajas grandes. - Los que trajeron la caja se fueron antes de que pudiera pedirles ayuda y aquí me dejaron ¡Desamparada hasta que llegaste!


Sonreí y la ayudé a subir las benditas cajas que parecían tener un muerto adentro de lo pesado que eran. Eso y subir y bajar las escaleras angostas de un apartamento antiguo en El Viejo San Juan no está para nada fácil. Llevamos las cajas hasta el cuarto de huéspedes porque según ella, dejarlas en la entrada iban a afectar el balance de su hogar. Me pareció muy extraño que tuviera tanta confianza en dejarme pasar tan fácilmente.

- ¡Ay gracias! No sabes lo mucho que significa para mi tu ayuda. - Dijo acompañado de un abrazo cálido inesperado.

- No fue nada, simplemente iba de paso y no me podía ir sin ayudarla.

- ¡Por favor, no seas modesta! ¿Quieres agua? ¡Quédate un rato y charlemos un poco! Así no me sentiré tan mal de molestarte. Dame un momento y regreso rápido, esta es tu casa.


Antes de que pudiera responder se fue a su cuarto, no me sentía incómoda lo que me descompensaba era su hospitalidad repentina hacia una completa extraña. No lo entendía, pero de todas formas se lo agradecía. Todo pasa por algo ¿no? …Dime que sí, estoy empezando a creer que aquí es donde muero.

De todas formas, me senté en el primer sillón que encontré y traté de estar lo más cómoda que pude mientras observaba el apartamento antiguo, muy bien cuidado y decorado para que te sintieras como si viajaras al pasado cuando el bolero y los bailes en una loseta eran considerados indecentes. Al ser en un segundo piso la brisa era fresca y el Sol suficiente para iluminar el hogar.

En pocos minutos regresó la dama, vestida de una bata larga de negro satín elegante, con su pelo suelto y descalza y un vaso de cristal con agua fría. Extendió su mano para darme el vaso con agua:

- ¡Gracias! - Le sonreí mientras tomaba un buen sorbo el cual me recordaba del poco ejercicio que hago.

- Es lo menos que te puedo ofrecer ¿Te importa si fumo? - Negué con la cabeza y sólo pensaba cómo esa era la última de mis preocupaciones al momento.

- Ha sido un día largo…- Dije compartiendo un suspiro inconsciente con la dama quien exhalaba una nube de humo.

- Disculpa la pregunta, pero… Estas calles no son muy concurridas especialmente a esta hora. Aunque es temprano no veo mucha gente pasando por aquí al menos que conozcan del área ¿Qué te trajo por acá?


Me fui en blanco y mantuve el silencio por un segundo.


- Quería despejar la mente y ocuparla con algo diferente, empecé a caminar por ahí. Di cuchusientas vueltas y sin darme cuenta llegué hasta acá. –

- ¿Desocuparla de qué? ¿O de quién? - Una sonrisa intrigada se escapó de la curva de su boca.

- De todo… De la uni, mis sueños, metas, responsabilidades. - Bajé la mirada. - De él…

Sus ojos se agrandaron de la curiosidad, parecía una niña que le contaban una historia encantada. En un segundo esa mirada se tornó más pícara al mencionar a un sujeto en cuestión. Retomó su postura curiosa por conocer más.


- ¿De él?- Me miró fijamente tomando de su cigarrillo nuevamente.


Suspiré abrazando uno de los cojines del mueble tratando de organizar las ideas al garete de mi cabeza.


- Ajá…- Mi voz se tornó aguda por los nervios, seguida de muecas tratando de escupir sentimientos atascados. -Ay…- Suspiré.

Se rió con ternura recostándose en el diván. - ¡Ay el amor!

- No sé cómo, pero… ¿Cómo tu sacas a alguien de tu mente? Me estoy volviendo loca.

- ¿Para qué? Eso es lo más divertido. La locura, la pasión, la conexión y esa tensión tan incómoda que te hace querer gritar… Que rico, se me olvidó que eso existía.

- ¿Lo quieres? Te lo regalo.

- Jajajaj no, mi cielo. Ya viví esa locura, ahora… Vivo. - Miró hacia un lado algo desilusionada dándole un golpecito al cigarrillo para sacar la ceniza. - ¿Qué te hace sentir como una loca?

- Sus ojos… Sus ojos profundos color miel, su olor, su mente. No puedo ya… Es tan difícil hablar con él sin sentir que quiero gritar, escaparme, correr o besarlo…

- Hazlo.

- ¿Qué?

- Bésalo, eres bella y jóven no se va a molestar.

- No es tan sencillo…

- Nada lo es, tal vez no lo besas, pero coqueteas… juegas un poquito con él, ves sus reacciones y te diviertes.

- ¿Cómo estás tan segura de que pudiera hacer eso?

Alzó sus hombros en respuesta.

- Recuerdo una vez en Argentina, tenía tu edad y no estaba casada. Amigos por aquí y allá, pero nada tan… - Cerró sus ojos disfrutando del recuerdo. - Exquisito como aquel argentino. Créeme he probado platos, pero ninguno como ese. - Se sonrojó lo que provocó que se abanicara con la mano.


- Él bailaba un tango magnífico y yo quería aprender, era guapísimo como los cielos de Versalles. Nunca había hablado con él, pero nuestras energías estaban atraídas por sí mismas así que me acerqué a él en la fiesta y… - Pausó con una sonrisa pícara pegada en su rostro. - ¡Ay, Cuanto bailamos! - Se recostó del diván dramáticamente. - Era un bailarín muy hábil, sabía mover su cuerpo muy bien. - Resaltó su tono de voz con lo último que dijo.


Estaqué los ojos y me sonrojé al escucharla.


- ¿Y qué pasó? - Pregunté con ansias de conocer el final de la historia.


La dama dio un suspiro nostálgico. - Solo sabía bailar bien, al final del día uno espera más que placer y romance, más había alguien al que había dejado aquí en la isla. - Entre su mar de recuerdos su mirada tenía luz de una joven enamorada quien esperaba a que su galán regresara.


- En fin… Lo que te quiero decir es que cuando sientes algo químico, que te atrae hacia una persona no te lo inventas, ocurre natural y eso ya no sucede con facilidad. Cuando sientes algo así tienes que ir por él y ver qué pasa… Sin expectativas o juicios. Solo ir que fluya con naturaleza.


- Lo sé… Solo pienso en las veces que hubiera podido aprovechar para estar con él, pero el miedo me frisó y a pesar de tanta facilidad para comunicarse en estos días me siento incapaz de enviarle un mensaje tan siquiera para saber cómo está.


- Entonces no hagas nada.

- Pero si no hago nada lo perderé… Tengo la leve sospecha de que me enamoré…- Sentí mi estómago hundirse solo de dejar el pensamiento correr.

- Ay querida…- Se acercó para sentarse a mi lado y agarrarme la mano tiernamente. - Créeme hay peores tragedias que perder a alguien que nunca fue tuyo. Y si lo es no hay nada mejor que dejar que el tiempo se encargue de unirlos. Ya verás la magia de crecer, madurar y dejarse vivir con naturaleza. La naturaleza es lenta y así en millones de años que han pasado no falla.


Pasamos la tarde charlando y hablando de otros temas casuales, me contaba de sus aventuras por el mundo y sus tiempos de romance pasajeros rompiendo corazones en cada lugar donde se posaba. Nos reíamos de las ocurrencias vividas y ya casi al atardecer partí hacia mi hogar. Intercambiamos contactos para mantenernos pendientes de la existencia de cada una, más deseaba hacer una cena para cuando su… esposo (con la entonación que ella le daría) regresara del viaje.



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